lunes, 14 de octubre de 2013



DEL ESTADO CÍTRICO AL ESTADO CRÍTICO



Los de Bajoqueta Rock fueron precursores en proclamar de escenario en escenario, de  pueblo  en pueblo, que “La taronja  no funciona” , también cuando todo  parecía ir viento en popa y creíamos vivir una opulencia sin fin, de las de atar los perros con longanizas y apedrearlos con lomo. Ahora, después de comprar  en la tienda del barrio cuatro kilos por un  euro, primero pienso en la de zumos que me van a salir, pero también me siento culpable y cómplice de no se qué y me viene a la cabeza esa canción del agrorock valenciano, igual  que  cuando paseo por mercadillos callejeros como los de Xalò, Pedreguer, Verger....donde se amontonan los puestos de cítricos que venden clementinas, navelinas y demás   a menos de cincuenta céntimos el kilo. Algo habremos hecho mal en el Pais de las Naranjas para haber convertido el producto más genuino de la tierra  también en el más barato de  toda la mercadería alimenticia. En esas me sorprende un vendedor ambulante  que al grito de "Naranjas de Gandia, las robo de noche y las vendo de día" , intenta significarse entre tanta oferta y conseguir colocar más sacos de  diez kilos a un  precio muy inferior al de una entrada de cine o un café con bollo en algunas pastelerías.

La taronja no funciona, hasta el punto de que circula  por ahí un estudio que asegura que para tener el nivel de ingresos que hace treinta años  reportaban 35 hanegadas en pleno rendimiento, hoy hace falta poseer al menos 500. A esa misma letra de uno de los grupos más relevantes del “agro-rock” valenciano le pongo  ritmo Bollywood cuando entro a comprarlas en las tiendas de fruta que pakistaníes e hindúes   han montado por toda la ciudad,   en las que el precio del antiguo oro  valenciano puede  llegar  a caer por debajo de  tres kilos de naranjas por un euro, para  que a nadie le falte la vitamina C en estos tiempos tan desvitaminados en que la catástrofe de los cítricos se ha convertido  en una de las más nítidas imágenes del  maldito  momento que atraviesa   la economía valenciana. Naranjas para todos.

Naranjas por tierra, naranjas sin recoger de los árboles, naranjas para robar, para que las coman las vacas que pastan junto a la autopista. Muy lejos quedan  los tiempos en que nadie vendía una hanegada , tan pegados los valencianos a la propiedad de la tierra, y el que lo hacía pedía un precio disparatado y disuasorio porque no querían desprenderse de su más preciado patrimonio y seña de identidad familiar. Tierra madre, tierra roturada, transformada, tierra vestida de verde pariendo un color propio para todo el mundo, que debe ser generosa  y hasta rentable para no esclavizar,  para no hacer de su fertilidad un fruto ruinoso.

 Seguramente es aventurado concluir  que en  el hundimiento de la naranja esta  el origen de la debacle económica valenciana, este pesar de un pueblo que, tras un mal despertar,  lo mismo emite  señales de falta de autoestima cuando los resultados fútbolisticos  no acompañan que cuando los campos cultivados no dan ni para cubrir gastos. Acabas  por evocar los días en que los productores  y comerciantes de naranjas se paseaban por el Ateneo Mercantil y por tantos otros casinos con sus fajos de billetes de mil atrapados por gomas de pelo, cuando se construyeron imperios de la naranja que se extendían por toda Europa y daban de sí hasta para crear fundaciones y  colegios españoles en el extranjero, para impulsar la educación y la cultura con sabor a néctar prodigioso de naranja valenciana fresca y recién exprimida.

 Pocas  cosas han caído tanto como el precio  de la naranja, donde hasta hace poco la palabra era ley y ahora a menudo hay estafa e impago, donde era inconcebible  que alguien pudiese dejar el fruto en el árbol porque no merece la pena recolectarlo, y ahora ocurre con demasiada frecuencia. La taronja no va be, la taronja no funciona, y esas que se venden a un euro cuatro kilos tienen el sabor, mas amargo que ácido , de un fracaso colectivo y una gestión nefasta.

JR GARCÍA BERTOLIN

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