martes, 31 de agosto de 2010

VERGÚENZA A LAS PUERTAS DE LA CIUDAD

VERGÜENZA A LAS PUERTAS DE LA CIUDAD

La palabra más apropiada sería vergüenza, aunque también podría emplear rabia, indignación, mala leche…,o cualquiera otra que sirva para explicar lo que siento cada mañana cuando entro en Valencia por la Autovía de Ademuz, procedente de Bétera, y me encuentro con el esqueleto gris, algunas vísceras de hierro y ciertos músculos de cemento, del Nuevo Mestalla. El que debía ser hace mucho tiempo un maravilloso y ultramoderno estadio de Fútbol que nos iba a permitir acoger la final de la Liga de Campeones, se alza inacabado, parado, que no varado, como decía Norman Foster de su excelente Palacio de Congresos, en medio de lo que fue fértil huerta. Ese edificio, que duele más si lo ves cada día, se alza como símbolo de las miserias del fútbol, como ejemplo del desatino, el incumplimiento, la falta de rigor, seriedad y cordura en las decisiones, de algunos de los jerifaltes y mangoneadores de un deporte que es la verdadera y la auténtica globalización, el origen de tantas emociones, de un juego universal que no se merece malversadores de un patrimonio colectivo, malbaratadores de una seña de identidad.

El futbol mueve montañas, permite conocerse a los pueblos, consigue despertar pulsiones vitales muy diferentes a la vergüenza, la rabia o la indignación, emocionarse al encontrar en Tailandia o en Vietnam a unos chavales que llevan puesta una camiseta de Valencia Experience, como me ha pasado hace sólo unos días. Luego llegas a casa, y los mismos que han vendido vivo a Silva, que han dejado a la afición sin Villa, que ya marca con el Barça, son incapaces de desatascar ese estadio fabuloso y de diseño que se alza a las puertas de la ciudad como un feo y nada estético monumento a la incapacidad, a la impotencia de los manirrotos. Después de haberse convertido en noticia por la muerte de cuatro trabajadores al caer una estructura mientras se trabajaba a destajo, llegó el parón, el corte radical, el tiempo de desidia. Entre esos muros esperábamos mucho espectáculo, pero no bochornoso.

Creo firmemente que uno de los males del fútbol es haberse buscado como compañera de viaje la especulación urbanística, la cultura del pelotazo y la recalificación, que tanto tuvo que ver, sin ir más lejos, con el surgimiento del Madrid Galáctico. A menudo lo estrictamente deportivo, que puede ser tan maravilloso, tan bueno y edificante para la moral de un país como la Copa del Mundo conquistada por el nuestro, queda en segundo lugar y deja paso a las miserias de un Club que ha tenido presidentes que siempre se han decantado por la peor opción, que optaron por una ampliación tan imposible como innecesaria del viejo Mestalla, escenario de tantas emociones al que la crisis del ladrillo ha derrotado por goleada. Por favor, hagan algo, acaben con ese atasco histórico, terminen ese estadio para que deje de ser un muro de la vergüenza, un enfermo en coma, una mole de cemento que nos recuerda cada día que el deporte rey está en manos de una panda de impresentables.

JR GARCÍA BERTOLÍN

lunes, 30 de agosto de 2010

MOTORIZADOS

MOTORIZADOS

Entre las imágenes que impresionaron mi niñez, a las que me aferro con memoria de tísico más o menos convencido de que la verdadera patria, incluso la más triste, es la infancia, recuerdo aquella salida multitudinaria de los trabajadores de la fábrica Segarra de Vall de Uxò (los que fabricaron los zapatos que deformaron mis pies y los de varios millones de españoles) cabalgando sobre sus pequeñas motocicletas. Eran cientos, o acaso unos pocos miles, y todos compartían los mismos modelos y marcas de cabagaldura motorizada de baja cilindrada: Gimson, Torrot, Derbi...

Esa avalancha de motocicletas – ¡había más que en todo Teruel, y juntas!- impactó mi retina hasta el punto de poderla recuperar miles de kilómetros y más de 40 años después, nada más tocar suelo vietnamita, en el asombro occidental ante las oleadas de motos convertidas en protagonistas del paisaje urbano, una verdadera corriente continua de seres humanos motorizados llegando de cada cruce, de cada calle, de cada dirección Un vietnamita una moto, Onda, Suzuki, japonesas pero fabricadas allí y vendidas a partir de 500 dólares, menos de la mitad de lo que nos cuestan a nosotros, dentro de una planificación estatal que a los objetivos de electricidad, sanidad, educación y libertad de culto para toda una población muy joven de 86 millones de habitantes, ha añadido con acierto esta posibilidad de autonomía y libertad de movimientos. Los ricos, los generales y los prebostes del Partido, no obstante, suelen ir en Lexus o Toyota de gama alta.

Millones de motos circulando casi sin reglas, en un todo vale que me hizo rememorar los momentos felices en que aquí aun no multaban por ir dos a lomos de un Vespino, de forma que los que no teníamos podíamos al menos viajar de paquete. Los vietnamitas no sufren ese problema, y en muy pocos días deja de sorprenderte ver familias enteras, con padre, madre y dos hijos, compartiendo motos que no parecen tener más de 75 centímetros cúbicos. Te llaman la atención si uno de los niños, por ejemplo, va con cuna incorporada o con un gotero desplegado como antena camino del hospital, o si además de los tres o cuatro pasajeros racionales, la moto transporta también un par de cerdos vivos próximos al centenar de kilos y estratégicamente acomodados en popa dentro de sendas jaulas metálicas. Quien dice dos cerdos dice varias cajas llenas de patos, cualquier clase de abultada mercadería, también la más frágil., o un tercer niño que viaja de pie en un espacio imposible al que entre Buda y Confucio le otorgan el don de una elasticidad más que virtual.

All the people moving en esa república socialista y motera donde casi todo es copiado, donde los cascos dan risa y parecen de juguete, cuando no son exactamente un viejo gorro de combatiente del Vietcong. Todo vale en ese país con forma de longaniza estirada sobre la Cochinchina, donde las motos parecen ser tan importantes en las vidas de las personas como lo era la bicicleta de aquella película de Vittorio de Sica, “Ladrón de bicicletas”, una de las que más me ha hecho llorar en esta vida.

Motos y más motos, también para trasladar mochileros, de dos en dos o de tres en tres, a la fiesta de madrugada en la playa de la bella ciudad de Hoy An, para arrastrar el tuc tuc de cualquier lugar a cualquier parte, para ofrecer toda clase de servicios. Un espectáculo humano y constante, un reflejo de la vitalidad de una sociedad que lucha para olvidar y superar el viejo dolor, una alegría para el viajero que contempla y alucina.
Un paisaje urbano lleno de movimiento en el que resulta inimaginable una calle sin cientos de motos y motoristas que se tapan con máscaras para ser más guapos siendo más blancos, con sus endebles y coquetos cascos pintados con marcas de moda. Cascos falsos de Armani, Gucci o D&G, en un país comunista y asiático de moteros valientes que no se arredran ante la monzónica tromba de agua de cada día. Apenas unos segundos para sacar el chubasquero, individual o familiar, tapar a los ocupantes, y vuelta a la carretera. Auténtico on the road asiático, fantástico y cotidiano tryp allí donde un pueblo conduce sobre moto sus ganas de vivir y conquistar el futuro. Brrrrmmmm, brrrmmmmm

JR GARCIA BERTOLIN

viernes, 27 de agosto de 2010

ACUCLILLADOS

Puede que a ti te guste o puede que no
pero el caso es que tenemos mucho en común.
Bajo un mismo cielo, más o menos azul,
compartimos el aire
y adoramos al sol.

Te guste o no
me caes bien por ambas cosas.
Lo común me reconforta,
lo distinto me estimula.

Los dos tenemos el mismo miedo a morir,
idéntica fragilidad,
un corazón,
dos ojos y un sexo similar
y los mismos deseos de amar
y de que alguien nos ame a su vez.

Te guste o no (J. M Serrat) Transcripción parcial

ACUCLILLADOS

Por un momento trato de imaginar que este paisaje urbano en el que hoy se declara la alerta roja del sofoco insoportable, está poblado por hombres y mujeres acuclillados, seres humanos que adoptan como normal y cotidiana una postura física que aquí incluso puede revestirse de ciertas connotaciones escatológicas. Me imagino una vida acuclillada en este otro lado del mundo donde triunfan conceptos como la ergonomía y se pasan los días entre la horizontalización, el intentar vivir de pie antes que morir de rodillas o todo tipo de postraciones, desde el trabajo aborrecido hasta el crédito hipotecario, las prisas, la ansiedad, el estrés y la soledad

La primera vez, recién llegado a Vietnam, me resultaban cuanto menos llamativos, exóticos y hasta cierto punto incomprensibles, esos grupos de amigable charla acuclillada, esos entornos de acuclillamiento mercantil, esos concentraciones de hombres y mujeres que comen y viven en esa pose o sentados en minúsculas sillas de plástico, por no hablar de las mujeres y niños acuclillados sobre la proa o las barandillas de los barcos flotantes y las barcas desde donde ofrecen al turista y sus dólares todo tipo de frutas y mercancías.

Según donde naces y donde vives te vuelves posturalmente diferente, aunque todos amamos una buena charla, el contagio de la risa, aunque a todos nos guste que nos pongan las cosas del cuerpo en su sitio. Distintas son las lenguas y las razas, las formas de entender la belleza aproximándonos al sol o evitándolo y huyendo de él, pero en nuestra mal repartida deriva evolutiva desde el rey simio, llena de guerras entre toda clase de monos, demonios y dioses, como las que explican los bajorrelieves de los templos de Angkor, comida de tristezas, piojos y cucarachas, hemos asimilado distintas esencias del bipedismo reinante, incluso en las repúblicas socialistas, diferentes formas de manifestarnos posturalmente ante la vida. Trato de imitarlos, me acuclillo para intentar ver la realidad desde abajo. No se me rasgan más los ojos, no me vuelvo más pequeño sino más recogido, no soy menos sino otro que siente el peso de la incomodidad en sus piernas y allí donde la espalda se une al trasero con mayor o menor armonía.

Pasan los minutos y sigo siendo un hombre y no un concepto de estabilidad física ni geográfica, ni una metáfora, ni tampoco una hipérbole. Es otra perspectiva. Me acuclillo y, paradójicamente, soy transportado a un despertar en Hanoi donde el centro de la ciudad se llena de grupos de mujeres y hombres desplegados, descuclillados, que practican tai-chi, estiramientos o aerobic, que juegan al badminton en improvisados campos en el centro de esta gran ciudad, junto al lago Hoam Kien y su hermosa pagoda

JR BERTOLIN

jueves, 26 de agosto de 2010

CADÁVERES EXQUISITOS (Y VOLVER, VOLVER, VOLVER...)

CADÁVERES EXQUISITOS

Entre el encuentro con uno y otro cadáver exquisito han pasado 21 años. Cayó un muro sobre el mundo, y sobre mí una muralla de escepticismo, muchas canas, algunas arrugas y unas cuantas heridas y costurones en el cuerpo y en el alma. Cambia la latitud, difiere el clima, es distinta la raza e incluso el color de los uniformes de los dos jóvenes soldados. Uno de ellos, en Moscú, año 1989, me conminó con sus gestos a que subiese la cremallera del chubasquero en señal de respeto al difunto. El otro, en Hanoi, año 2010, cree indecoroso que pase con las manos en la espalda ante el cuerpo embalsamado de Ho Chin Minh, el hombre que derrotó a franceses y norteamericanos y unió el Norte y el Sur en un solo país que cabalga en moto por los senderos de la historia y sigue luchando, ahora por otra clase de supervivencia. Sólo me queda obedecer, mientras inevitablemente, como en Moscú, pienso en las madres de estos dos grandes del pensamiento, la palabra y la obra a los que no dejan descansar en paz tantos años después. Me pregunto qué sentirían al contemplarlos dentro de una vitrina, en un mausoleo por el que desfilan cada día cientos y cientos de personas, nacionales y foráneos, generalmente alucinados ante esta cita con el pasado embalsamado.

No hace falta ser comunista, ni haberlo sido nunca, para admitir la dimensión y el peso universal de dos personajes como Vladimir Ilich Lenin y el bueno de Ho Chi Minh, con mucho en común pero tan distintos incluso en su representación icónica. Al líder vietnamita lo esculpen en su semblanza más próxima de Tío Ho, Bac Ho, enseñando a leer a una niña en su regazo, rodeado de campesinos, acompañando al pueblo en su liberación y su lucha contra el colonialismo y el imperialismo. En las estatuas de Lenin, las que quedan, el soviético suele exhibir un gesto duro y retador, una mueca de jugador incendiario que lanza su órdago al siglo XX. Sin embargo, en los respectivos y monumentales mausoleos sus cuerpos se conservan con un semblante sereno de líderes del pueblo, que sin duda es fruto de muchas horas de trabajo de hábiles y adoctrinados taxidermistas. ¿Iconografía revolucionaria? Bajo la ropa que les viste y la mansión que habitan, los órganos que daban vida a sus emociones, pasiones e ideas, su corazón y su cerebro, sus entrañas, los músculos que articulaban sus extremidades, han sido sustituidos por materiales tan poco nobles como la paja, tras esa condena a la condición de iconos condenados, a no ser polvo que en polvo se convertirá. Se antojan dioses laicos e incorruptos de la agitación y propaganda.

Pero no hay lugar para ofrendar incienso ni velas, nadie reza, nadie llora y nadie osa señalar con el dedo. En Moscú 1989 la tumba de Lenin, tan céntricamente situada en la Plaza Roja, era visita obligada que los guías se cuidaban muy mucho de evitar incluso a pocos meses de que el tinglado de la URSS se viniese abajo. En 2010, en ese Vietnam con modelo socialista y economía de libre mercado donde algunos generales circulan en Lexus todoterreno, donde la homosexualidad es parte del mal que camina junto al bien, como el ying y el yang, donde se fusila por 250 gramos de droga y los niños mendicantes comparten una misma e implorante voz, existe al menos, para los no curiosos, para los indolentes, para los que rehúyen este balcón a la historia, la posibilidad de renunciar a ese encuentro en fila india con tan exquisito cadáver embalsamada.

JR GARCÍA BERTOLIN.