martes, 10 de mayo de 2011

ELMIEDO COMO ANIMAL DE COMPAÑÍA

Apenas la muerte de Ernesto Sabato consiguió arrinconar durante unas horas tanta programación en clave de fútbol y miedo, que las televisiones más indecentes dejasen de pregonar el lado oscuro y violento de la vida porteña que ha contribuido-desde fuera, con ojos de visitante se ve mejor- a ese estado de temor en el que vive instalada una buena parte de la población de la capital federal de la República Argentina, de ese Buenos Aires más temido que querido, la ciudad de 14 millones de habitantes donde no dejan de recordarte que te encuentras en un lugar lleno de peligros que acechan, de mala gente que camina y se agazapa en cualquier esquina de esa mega urbe donde no puedes permitirte el lujo de bajar la guardia para vivir y disfrutar sin miedo. .


Desde el primer hasta el último momento no ha habido un solo bonaerense con el que haya conversado para algo más que preguntar por una calle, un monumento o un restaurante, que no haya puesto el énfasis en la nota violenta que preside la vida ciudadana, en la paranoia urbana que hace inevitable avisar al visitante de que allí se acepta el miedo como animal de compañía, de que la violencia es parte de la idiosincrasia bonaerense que se manifiesta entre piqueteros, malhechores, barras bravas, ladrones callejeros, adolescentes dispuestos a todo por un poco de “paco”, la droga de los pobres, asaltantes de colectivos (autobuses) o de viejecitos para robarles la pensión y lo que puedan.


LA CIUDAD TÓXICA



Es agobiante y cansino ese empeño ese intento por hacerte compartir el lado sombrío y temeroso, por atraerte a ese vivir con miedo que es una forma de estar de rodillas. Una jueza prejubilada y puede que algo desequilibrada, camino de su exilio salmantino, no dudó en calificar Buenos Aires como la ciudad tóxica y enferma donde la felicidad y el bienestar se vuelven cada día más imposibles, acaso únicamente alcanzables si te has blindado y protegido debidamente. También aquellos jubilados encontrados en Iguazú que se referían con temor y menosprecio a la capital de la nación y a sus pobladores


-En buenos aires vos caes al suelo por cualquier motivo y nadie va a parar a levantarte, nadie va a detenerse para ver qué te pasa.


El portero que protege y vigila la finca donde se encuentra tu apartamento alquilado por días te cuenta que en ese barrio, Palermo, residen tantos judíos porque los hijos de la tribu de Israel buscan seguridad e híper vigilancia las 24 horas del día, un barrio donde vivir e invertir tranquilos, donde las pijas, las señoras bien, visten como si estuviesen siempre haciendo footing o jogging, cumpliendo la primera norma sobre la que todo el mundo te alecciona: no aparentar, no lucir, no ostentar, no mostrar joyas, no llevar la cámara de fotos muy visible, no vestir prendas de ostentosa marca, no cocodrilos, no caballitos, no vistosas iniciales de diseñadores mundialmente famosos.


La no ostentación, el disimulo de cualquier riqueza es llevado al extremo de que aquel empresario al que no parecen irla nada mal las cosas te confiese que su todoterreno japonés está permanentemente aparcado en el protegido garaje, y que para desplazarse a su lugar de trabajo usa siempre un pequeño y desvencijado coche. No lo hace por gusto sino para no llamar la atención

La sociedad de la apariencia, en la que tantos viven en tantos lugares, rompe sus normas en la capital federal donde de lo que se trata es de pasar desapercibido para sobrevivir ,para no ser víctima, sin joyas ni relojes que atraigan la atención y provoquen la codicia de los habitantes de las villas miseria..


Independientemente de que exista una justificación estadística y real, tanto miedo llega a ser obsesivo y empalagoso, especialmente si lo percibes distante. Parecen obsesionados en que lo compartas y te sumerjas en él, como si no tuvieses bastante con tus propios temores. No importa que a ti no nada te haya ocurrido, que hayas paseado con tranquilidad, que hayas viajado sin contratiempos en autobús colectivo, parado en plena calle a uno de esos taxistas que asegura que el 90% de los servicios que realiza son por teléfono, y que por nada del mundo llevaría a un cliente a uno de esos “barrios bravos” donde la violencia y el delito campan con total impunidad por culpa de un gobierno que no deja hacer a la policía. Otros señalan la complicidad e inoperancia de de unos agentes del orden atrapados en medio del desencuentro y la hostilidad del gobierno de la capital federal y el gobierno de la provincia, de distinto signo político y al parecer volcados en hacerse la puñeta


Te dirán que esta mañana, o ayer, asaltaron tal o cual colectivo, que algunos de los 42.000 taxistas de la ciudad están compinchados con delincuentes, que la noche acecha, que hay barrios intocables, villas de la miseria y la emergencia, desorden y peligros; te contarán lo que le paso a su madre, su hermano, su tía, su hijo o su vecino (curiosamente casi nunca a ellos), casi con la misma contundencia con que lo hacen los noticiarios y otros monográficos de sucesos, y pondrán en entredicho cualquiera que sea el sistema que has elegido para moverte por una ciudad donde las distancias son tan grandes.


La toxicidad urbana se convierte en un estado en el que nadie se fía de casi nadie. ¿Un partido entre el River y el Boca? Ni se te ocurra. Los Barras Bravas son mafia violenta y pistolera que cobra hasta por aparcar en las inmediaciones de la cancha, que mezcla el futbol con cadenas, palos y navajas, tal vez emparentados con los delincuentes que se esconden en los garajes a esperar a la chicas bien de Palermo cuando regresan a casa después de festejar la noche del sábado.


Nada cuentan en la televisión de lo que está pasando en Libia o en Japón, porque se les va el minutado en relatar desmanes , en dar todo tipo de detalles y testimonios sobre el asalto a una vivienda que resultó habitada por un policía federal, de la banda que torturaba y desvalijaba viejecitos. El lema parece ser extender la contaminación tóxica sobre una de esas ciudades, como México DF, como el Nueva York de antes de Giuliani, que tal vez habría que haber evitado que se hiciesen tan grandes, donde los policías de barrio llevan chaleco antibalas y un cotidiano operativo para llevar o recoger dinero de una sucursal bancaria se pone en escena con un peliculero operativo de metralletas y gestos tensos y aguerridos.


¿A quien beneficia todo eso? El miedo es barato, contagioso y paralizante. Ahuyenta, aleja, impide disfrutar e induce a la sumisión y a la justificación de la contra violencia que pone en jaque la libertad. Aceptarlo como animal de compañía es otra forma de no vivir.