miércoles, 26 de mayo de 2010

ADELGAZAR EN LA CARNICERÍA


El lenguaje es muy puto, o muy puta, con las palabras siempre dispuestas a transformarse, a venderse, a mutar como camaleones, a irse con el mejor postor, a comerciar con su significado. Peor sucede todavía con el nombre de las cosas, en permanente chalaneo, entregándose a cada cual según le convenga y por un precio no siempre módico, desarrollando su capacidad de adaptación al medio, hasta al más hostil, a las personas y a toda clase de intereses, incluso los más espurios.

Es posible que un mismo día, casi a la misma hora, refiriéndose a una misma situación, a un mismo estado de cosas, emplear una expresión como “medidas de adelgazamiento”, cual si estuviésemos hablando de la cola del gimnasio cuando llega el buen tiempo, del fervor primaveral por la dietética, de la operación bikini (tan contraproducente, según dicen), u otra como “carnicería social”, para mentar este atraco a los más desfavorecidos , y a otros que no lo son tanto, intentando paliar los efectos de una crisis creada mayormente por la voracidad de unas instituciones financieras insaciables.

Un tempestad de comején parece haber caído sobre nuestra forma de vida, sobre este primer mundo con segunda residencia, con vertiginosa transición del botijo a la era de las nuevas tecnologías, y nos pilla menos indefensos pero también menos preparados que en aquellos lugares donde las plagas y las catástrofes más o menos naturales siempre han tenido su territorio comanche. El olor de las flores de esta estación que nos sube la bilirrubina no puede con la peste que emana de tanto griterío entre los padres de la patria, con el hedor verbal de los elegidos para que conduzcan esta nave cuando el viento sopla a favor, pero también si golpea duro el oleaje. Los más visionarios creen escuchar un cada vez menos lejano rumor de tsunami.

Como reciclar es ecológico, aunque se trate de palabras, y nadie puede acusar de plagio a quien se copia a si mismo, me permito, esta vez con canción incluída, que esa es una buena ventaja del Facebook, colgar el texto que escribí hace más de año y medio, inspirado en una canción que a algunos les puede parecer ramplona (son muy libres) y como homenaje, también, a uno de esos hombres que mueren demasiado pronto.

SIGUE SUBIENDO LA MAREA

¿A que acojonan? Las cifras del paro, digo, que se le ponen a uno el cuerpo y el alma fatal, aunque haya que seguir viviendo, comprando, resistiendo, tocando madera y dando gracias ¿a quién? por no estar en esa lista fatal, en esa cola del paro. Hay canciones, y también libros, artículos y hasta películas, que parecen un anticipo de lo por venir. “Hay que vivir”, del recién y tristemente fallecido Joan Baptista Humet es una de ellas.
Este es un pequeño homenaje a ese valenciano de Navarrés emigrado a Terrassa para convertirse en cantautor vitalista de voz cálida y letras que me emocionaron muchos años antes de su muerte y me conmueven ahora, al saber que un mal cáncer se lo ha llevado prematuramente y sin hacer ruido

En el año catapum, escribió Humet que ”habrá que hacerse a la idea de que sube la marea y esto no da más de si”, para añadir que “Al sueño americano se le han ido las manos y ya no tiene nada que ofrecer; sólo esperar a ver si cede la gran bola de nieve que se levanta por doquier”.

Tal vez te suenen cursis y ajenas esas palabras, una canción escrita por un muerto al que ya no le preocupará nunca más la perracrisis que nos golpea por activa y por pasiva. A mi me siguen pareciendo cercanas
¡Hay que vivir, amigo mío!, antes que nada hay que vivir, y ya va haciendo frío. Hay que burlar ese futuro que empieza a hacerse muro en ti. Habrá
que demoler barreras, crear nuevas maneras y alzar otra verdad.

JR Bertolín

jueves, 20 de mayo de 2010

¿QUIÉN TEME A LA CUSTODIA COMPARTIDA?

Entre tanto desastre y tanta información económica negativa, que vienen a complementarse, se cuela una de esas noticias que alegra el día, aunque sea en otro lugar y para algunos llegue demasiado tarde. Cuenta que Aragón se convierte en la región pionera en España en primar la custodia compartida de los hijos en los nuevos divorcios. ¡Bien!. Los jueces de esa comunidad darán preferencia a una forma de custodia que permite una educación compartida, una convivencia compartida, una toma de decisiones compartida, que significa madurez social. Lo que en países como Francia (liberté, egalité, fraternité, legalité) es lo normal, aquí constituye una excepción. La custodia compartida ha parecido a menudo una reivindicación maldita, sospechosa, como si uno de los dos cónyuges- generalmente el padre, para qué nos vamos a engañar- no sólo se divorciase de su pareja sino también de sus hijos, y quizá de ahí las sucesivas traiciones de gobiernos como el de Zapatero. Ni una mala palabra, pero tampoco casi ninguna buena acción.

Durante los últimos años han pasado bajo mi ventana muchas manifestaciones a favor de la custodia compartida. Siempre tristes, nunca muy numerosas ni demasiado coreadas por los medios de comunicación, con algo de predicación en el desierto de la indiferencia ciudadana. Seguro que entre los manifestantes había alguno o alguna que no merece ser custodio de sus hijos, pero es ley de vida que entre el rebaño de víctimas de uno u otro signo, de uno u otro género, siempre se cuelen lobas y lobos de fauces afiladas, verdugos que quieren sangre y acaso venganza con cobertura legal. La confusión del estado de derecho con el estado de despecho a menudo acompaña el final de un matrimonio y los hijos suelen pagar más de un plato roto por el desamor.

Nunca he entendido ciertas reticencias a la custodia compartida, pero tampoco he entendido casi nunca a los jueces. Cada vez pongo más en duda su capacidad para decidir qué es lo mejor, y lo más justo, para los contendientes en un litigio. Tampoco entiendo que a esta apertura legal y de sentido común a la custodia compartida por las Cortes de Aragón, que van a aprobar los parlamentarios del PAR, PSOE, PP y Chunta Aragonesista, vaya a oponerse el único diputado de Izquierda Unida, en uno más de los errores que ha llevado a esta formación política -¿progresista? - al borde del extraparlamentarismo en casi todas partes.

Cuando pides la custodia compartida y te la niegan con el argumento de que va a ser lo mejor para tu hijo o hija, o de que las relaciones entre los cónyuges no son buenas (por eso se separan), sufres una de las mayores humillaciones posibles que se puede hacer a un ser humano. Esa justicia tan a menudo inalcanzable, soberbia e injusta se convierte en una terrible arma de destrucción, en un dejarte sin vela en el entierro de la educación y la formación de la persona a la que más quieres en el mundo. Pagas y callas.

La incesante violencia de género puede que haya jugado en contra de los padres separados que jamás han ejercido ninguna forma de violencia, que haya creado un estado de opinión contra la custodia compartida y retrasado una y otra vez que se adopte de forma preferente en interés de los hijos. La que van a aprobar en Aragón parece una ley mucho más humana y a la altura de una sociedad avanzada donde los viejos roles y clichés ya no son lo que era, una ley que incluso contempla a quienes son a menudo grandes victimas colaterales de un divorcio, los miles y miles de abuelos , generalmente paternos, que se quedan sin ver a sus nietos. La custodia compartida empieza en Aragón a dejar de ser una situación excepcional. Los hombres españoles no creo que seamos peores que los franceses. Habrá de todo. Me gusta hasta el nombre, suena a justicia menos ciega y menos sorda: “Ley de Igualdad en las relaciones familiares ante la ruptura de la convivencia de los padres”

JR GARCÍA BERTOLÍN

viernes, 7 de mayo de 2010

EL POLLO PELADO

SOMOS UN POLLO PELADO Y SE NOS COMEN CON PATATAS
(Publicado en Cartelera Turia)
En esta segunda entrega, nuestro colaborador José R García Bertolín finaliza su reflexión, iniciada la semana pasada, sobre la crisis actual de los medios de comunicación y la situación de los periodistas

Dice la gente fina que no es buen gusto hablar de dinero, pero cuando cuento lo que me pagaban al mes en mis primeras prácticas de verano, allá por el año 79, en el diario Las Provincias, no lo hago por joder, ni por dar envidia a los nuevos, ni por tocar las narices a los sufridos becarios de ahora, sino porque es la forma más elocuente, contundente y gráfica que se me ocurre para reflejar la deriva de esta profesión/oficio llamado periodismo, de cómo ha venido a menos durante los últimos 30 años, esos que ahora quiere celebrar la Unión de Periodistas como si los periodistas, colectivamente, como gremio, estuviésemos para fiestas y tuviésemos algo que celebrar.

Aquellas casi 45.000 pesetas que me pagaban mensualmente siendo todavía estudiante, con un contrato legal de auxiliar de redacción, ya les habría gustado cobrarlas, convertidas en euros, a algunos de los becarios del verano 2009, después de tres décadas en que los profesionales de la información hemos descrito una parábola que no es la del buen samaritano, sino una que tras algunos años de espejismo nos lleva a la desregulación, a la frustración y al desastre total. Conozco un montón de casos de jóvenes periodistas, que saben mucho más inglés, más informática y hasta son más guapos de lo que yo era, cuyos currículos da gusto verlos de tanto color y tanto photoshop, cuyos sueldos por tragarse el tórrido verano periodístico de esta ciudad apenas alcanzan los 300 euros. Los conozco, incluso, que lo hacen gratis o pagados únicamente por una expectativa de futuro o un certificado cuyo valor cotiza a la baja.

En medio de esta escabechina, de este ninguneo, de este desacato, de esta desvalorización, de este multiplicarnos por cero, ¿alguien puede imaginar que un médico, un ingeniero, un profesor o un químico, cobrase lo mismo que hace 30 años?, cuando ese dinero tenía un valor de cambio casi, digo casi, infinitamente mayor. Baste decir- perdón por ponerme un poco abuelo batallas- que en aquel momento yo pasaba el mes de Barcelona, sin grandes glorias pero tampoco muchas penas, con ¡15.000 pesetas! Esta profesión se ha venido abajo, y la culpa no sé si ha sido del chacha cha histórico y globalizador, de Internet, de un CEU que ha inundado el mercado de mano de obra barata sin ningún control, de nuestro particular silencio como corderos...

La Unión de Periodistas es muy libre de celebrar lo que quiera, incluso un funeral, incluso el provecho que sacaron del cargo algunos de sus directivos en tiempos pasados, o el que hemos sacado los que todavía pudimos conseguir un descuento en la compra de un coche por trabajar en un medio de comunicación que entonces se dedicaba más a hacer información que a perpetrar escabechinas indiscriminadas, pero en lo que se refiere a dignidad, a prestigio, a orgullo profesional, a condiciones laborales de los periodistas valencianos, hay bien poco que celebrar, acaso nada, apenas una deriva de cierres y despidos, de pérdida de plumas de objetividad, integridad, de libertad. Somos ese pollo pelado al que me refería la semana pasada, un animal asustado, indefenso, confundido, temeroso de que le vayan a hacer todavía más daño, un animal apareado con toda clase de gallinas, lanzado a toda clase de peleas, al que apenas le sale el cacareo- ¡quien lo ha visto y quien lo ve!- y que está para pocas fiestas. Lo nuestro es peor que lo del pollo de Evo Morales. Nos van a meter al horno y se nos comerán con patatas.

JR GARCÍA BERTOLÍN

miércoles, 5 de mayo de 2010

POLITICOS Y PAÑALES

“Los pañales y los políticos hay que cambiarlos cada cierto tiempo, y por el mismo motivo”. Lo dice el personaje que interpreta el histrión Robin Williams en “El hombre del año”, una de esas películas que, sin ser buenas, fatalmente doblada, gana valor con el paso del tiempo - es de 2006, cuando éramos felices, comíamos perdices y comprábamos pisos a troche y moche- porque la realidad, obstinada, cabuda, se empeña en imitar al arte, aunque dudo mucho que aquí, ni por un error informático en el recuento de votos, un humorista pudiese colarse en La Moncloa por muy famoso que fuese, que es lo que le pasa al personaje Tom Dobbs, ocurrente charlatán televisivo que un día decide optar a la Casa Blanca para darle caña a los partidos tradicionales, a sus mentiras y sus múltiples servidumbres.

Repito que la película dirigida por Barry Levinson (Cortina de humo, Good Morning Vietnam…) no es gran cosa, aunque incluya en su reparto a tres intérpretes que me gustan: Laura Linney (muchísimo),Christopher Walken , todavía en mi corazón cinéfilo como sargento hijo puta) o Jeff Goldblum. Lo que me sorprendió al cazarla en ONO fue encontrar en el guión frases de plena actualidad: “acaso tú eres una de esas chicas que preferiría un presidente sucio y sin reparos para perforar en zonas pantanosas” o el espeach que se marca Williams sobre la seguridad y los controles en los aeropuertos norteamericanos, que cada vez se parecen más a los controles en todos los aeropuertos, donde es imparable e inevitable que la lucha contra el terror se dé bofetadas con nuestros derechos individuales. Nunca lograré dejar de sentirme humillado cundo me hacen quitarme los zapatos, el cinturón, sacar las llaves, el dinero, el móvil, pasar por el arco y cachearme bien cacheado, ni cuando miran y remiran la foto del pasaporte para compararla con el careto acojonado del tío que tienen delante., que soy yo.

En “El hombre del año”, que acaba con consejo sobre pañales, higiene íntima e higiene social, hay un estupendo debate televisado en el que los candidatos oficiales, el presidente demócrata y el aspirante republicano, condescienden a que se incluya también al candidato chouman, ocurrente y sin aparentes posibilidades de ganar. Pronto se arrepentirán, cuando el pirado outsider reviente los tiempos marcados, reparta estopa y lance su arenga sobre las servidumbres de todos los candidatos de todos los partidos hacia los lobbys , grupos de presión, empresas mediáticas..., a los que les deben favores y hasta cantidades ingentes de fondos para sus campañas, sin olvidar la crítica sobre cómo se utiliza la family life en las contiendas electorales, sobre cómo se pasean esposas, esposos e hijos trajeados antes, durante y después de la campaña

Aquí un señor sin partido no tendría ninguna posibilidad de llegar a presidente (Gil se quedó a mitad de camino, y tuvo que montar uno), menos todavía si lo adornaba el sentido del humor, la causticidad y la voluntad de poner en tela de juicio un tinglado que cada vez funciona menos. El humor, el color, la lucidez y hasta la alegría parecen reñidos con las tareas de gobierno. A veces intentan ser irónicos y casi dan pena.

JR GARCIA BERTOLÍN