lunes, 15 de marzo de 2010

JO TAMBE VINC D'UN SILENCI

En mi colegio religioso casi todo el mundo sabía que si te cortabas en la clase de trabajos manuales y no querías que te sobasen la entrepierna lo mejor era chuparse la sangre, tratar de taponarla y esperar a llegar a casa para que te curase tu madre. El hermano enfermero era muy afectuoso, le gustaba tanto explicarte los misterios de la vida, lo del león y la leona, lo del pájaro y la pájara, mientras su mano se iba acercando a tu pene, mientras tu pena y tu acongojo aumentaban. Que yo sepa, en la inmensa mayoría de los casos el abuso no iba a más. Niños indefensos de provincias, como yo mismo, como otros cientos, que tenemos en nuestro haber al menos una experiencia de manoseo. Cada cual sabrá la suya y la recordará de de manera distinta. No me siento especialmente traumatizado, aunque algunos años después me acerqué al colegio en compañía de otro manoseado y reventamos unos cuantos cristales a pedradas como venganza. Espero que el delito haya prescrito ya.

Recuerdo la decepción que sentí mucho tiempo más tarde al ver “La mala educación”, de Pedro Almodóvar, una película que confiaba me ayudaría a sentirme resarcido de la humillación, a sentirme vengado en el terreno del arte, sin tener que romper más cristales, pero me defraudó, me dejó tibio. Pensé que quizá a Almodóvar le había gustado la experiencia más que a mí y prefería el melodrama, más que la denuncia, para contar una historia similar a las que parecen repetirse en todos los colegios del mundo, desde Canadá a Estados Unidos, pasando por Irlanda y Alemania, donde franciscanos, hermanos de la salle, jesuitas y demás, abusaron de alumnos, monaguillos y niños del coro.

Recuerdo que aquellos metemanos con sotana se amparaban en el silencio de sus corderos, de unas víctimas que no teníamos el valor de contar a nuestros padres lo que había pasado en aquella enfermería o en aquel convento de franciscanos. En el franquismo hubo mucho de “omertá” mafiosa. Creo que elegían, además, a los que veían más propicios y débiles para sus alivios manuales, a los más desvalidos. Si la memoria no me falla, años después saltó la liebre y hubo un cierto escándalo en aquel Teruel de mis pecados, pero no fue más allá del traslado a otro colegio del abusón de turno para echar tierra sobre el asunto

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