miércoles, 10 de marzo de 2010

INFELIZ Y CARÍSIMO 20 ANIVERSARIO

Canal 9 cumplió 20 años el pasado mes de octubre, Antena 3 hace un par de meses y Tele 5 estos mismos días, pero a ninguna de las tres me apetece cantarle el “Cumpleaños feliz”. No me salen las ganas ni la voz, y sí los reproches, los lamentos como espectador, como ciudadano y como periodista, porque las tres nos han dado gato por liebre, porque no han progresado adecuadamente sino al contrario y, después de una etapa de expansión y desarrollo, están en fase de decrecimiento y cuarto menguante. Además de no ganar pasta, en el caso de las privadas, sufren y nos hacen sufrir las consecuencias de no haber sabido aprovechar todo este tiempo para hacerlo mejor.

En el caso de las dos privadas, con su pan y el de sus accionistas y su audiencia se lo coman, pese a que añoro aquellos días en que, coincidiendo con las crisis del Prestige, Tele 5, con Angels Barceló de presentadora, fue un ejemplo de buen periodismo, de valentía, una verdadera alternativa al telón informativo que en ese momento imponía la televisión pública férreamente controlada por el gobierno de Aznar. Actualmente no espero mucho de una televisión controlada por Berlusconi y descaradamente volcada hacia el lado oscuro y escabroso de la vida. Ni siquiera puedo presumir de ser uno de esos que han trincado una buena pasta comprando acciones de la que se hizo llamar “La cadena amiga” o “La pantalla amiga”. Coincido con David Trueba en que, dos décadas después, anda muy lejos del compromiso de servicio público que prometieron cuando se les entregó la concesión, y quizá confundieron esa acepción de “servicio público” con la de letrina, mingitorio o cuarto de baño en el que volcar toda clase de excrecencias humanas.

Pero sin duda la más flagrante traición, la más descarada y la que más cara nos sale es la de Canal 9, cuyo recorrido, primero con el “enfant terrible” Amadeu Fabregat, que parecía tener al mismísimo Joan Lerma cogido de los cataplines para hacer lo que le daba en gana, y después con las sucesivas etapas del Partido Popular, cuando el intervencionismo gobernante ha ido creciendo tan desmesuradamente como la deuda acumulada, es un viaje a ninguna parte. Se reconocen unos 1.200 millones de euros, pero extraoficialmente se habla de 1.500 e incluso de 1.800, una abultadísima cantidad que habremos de pagar entre nosotros y nuestros hijos, si antes no se va todo al carajo o hay refundación y cuenta nueva como en el caso de RTVE.

¿Y para qué tanta pasta y tanta deuda? Pues para bien poco, y no lo digo porque con una plantilla multiplicada por cuatro tenga una audiencia que es la mitad de la que llegó a tener cuando todavía no se había convertido en una especie de “Conselleria de Propaganda”. Apenas un 10 por ciento de telespectadores sintonizan la única televisión que utiliza, aunque cada vez menos, la lengua propia de esta Comunidad.

Es tan curioso como significativo que la presentación de un libro sobre los veinte años de Canal 9, escrito por el joven traductor y periodista castellonense Josep Roselló, apenas congregase a una treintena de personas, entre las cuales sólo dos o tres debían tener menos de 40 años. Sería aventurado concluir que las cosas de esa cadena que cuenta con una audiencia rayana en la tercera edad, su suerte o su mala suerte, sus escándalos y omisiones, únicamente interesan a personas mayores o muy mayores. Y eso que es la televisión “generalista” que más películas emite en España, unas 30 a la semana.

No ha servido para impulsar el uso y extensión del valenciano, ni para promocionar el sector audiovisual, ni para dar faena a los estudios de doblaje, ni para vertebrar esta sociedad valenciana, ni para cohesionarla, ni para debatir nuestros problemas, ni para informar verazmente y objetivamente, con lealtad y pluralidad ¿Entonces para qué demonios ha servido? ¿Qué justifica esos 1.800 millones de deuda a 30 años? Y por si fuera poco, lo de Vicente Sanz, descabalgado de primera línea de la política para auparlo a un poder acosador y terrorífico de presunto Rasputín de tres al cuarto, que ahora estalla en grandes titulares de página de sucesos.

Para ese viaje no hacían falta tan costosísimas alforjas, pero es un error obviar que esa tele, ya hace veinte años, empezó mal, y que esta vez el mal no viene de Almansa, porque desde el primer día se empezó a traicionar aquella “Llei de Creació” defendida, siendo socialista de postín, por el actual Conseller Rafael Blasco. Amadeu Fabregat hizo siempre lo que le vino en gana, a menudo para epatar y dar la nota, aunque se rodease de profesionales más competentes, aunque hubiese algunos buenos programas, pero marcó el inicio de una deriva que, como la deuda, ha aumentado en progresión geométrica y convierte a Canal 9 en un ente percibido por muchos ciudadanos como un problema. Una televisión que en estos momentos paga a las productoras externas a 14 meses vista, y aun así nos sale por un ojo de la cara.

El listísimo Amadeu, el transgresor de Ajoblanco, tan amigo de sus amigos, tan venerado por su ingenio en algunos cafetines y círculos, tan admirado por su agudeza, por su desfachatez, por su verbo brillante, puso toda su incuestionable inteligencia no al servicio del mal, pero sí de un modelo de televisión chabacano, mediocre, garrulo y folklórico. Puso “el huevo de la serpiente”, y de aquellos barros de insoportable ligereza, estos lodos espesos y malolientes. Jesús Carrascosa, que lo adoraba en silencio, quiso imitarle en la Era Zaplana, pero con mucho menos “ingenuo y gracia”. Pedro García y todos los que vinieron después han sido jardineros fieles y sumisos en la tarea de mangoneo de una cadena pública de la que se avergüenza y a la que ha dado la espalda un excesivo número de ciudadanos. En estos momentos parece no existir ya ninguna voluntad de que sea una televisión de todos los valencianos. Cumple veinte años y su carácter es disglósico, sectario, instalado en el ocultamiento y el rifi-rafe, aquejado de muchos males crónicos. No valora lo que se hace en casa y prefiere fichar momios carísimos como Sánchez Dragó, Julián Lago, Carlos Dávila. Una pena de televisión que sí tiene quien le escriba -yo mismo- pero casi nadie que le sople las velas.

JR GARCIA ABERTOLIN

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