LA ESPAÑA DEL GUANTAZO
En su última y conmovedora película, “Vivir es fácil con los ojos cerrados”, David Trueba hace un retrato de época en el que a través de una historia donde el Beatle John Lennon es el sujeto/prota elíptico, nos traslada a la España de 1966. Para situarnos en el momento, para ese aterrizaje, ese salto a través de los años, repite tres veces , en diferentes contextos, con diferentes protagonistas, una escena con bofetada, guantazo, tortazo, galleta…, que era una seña de identidad de ese país triste en el que un profesor de inglés, de esos que costaba tanto encontrar, dice refiriéndose a los jóvenes de aquel momento que “están destrozados porque les han levantado muros que les impiden ver el futuro” Mas o menos como ahora, aunque los grises sean azules, aunque la letra no vaya acompañada de sangre sino de exilio.
La bofetada y el guantazo formaban parte de nuestra vida escolar, de nuestra educación menos sentimental, del pan nuestro de cada día, especialmente en los colegios religiosos donde algunos curas, frailes de la Salle, hermanas San Sulpicio…., tenían callo de dar hostias ante el silencio cómplice de otros miembros de la congregación y de los profesores seglares contratados. Bofetadas collejas, capones, reglazos que no nos hicieron mejores pero sí más rencorosos, castigos ejemplares como trasladar piedras de un lado a otro del patio del colegio o los muy socorridos estirones de pelo a la altura de la patilla, donde más duele.La sotana como impunidad, cobardía y abuso.
Pero no era el colegio el único marco incomparable donde repartían leña. Se había llegado a tal grado de desdramatización del guantazo que era un recurso muy socorrido por algunos padres,madres y hasta hermanos mayores. Aunque en el ámbito del hogar solían doler menos( en algunos casos), las refriegas domésticas iban que volaban y en algunas casas llovían tortazos por una mala nota, por un retraso, por una desobediencia, porque me sale de los cojones
Incluso entre los propios adolescentes el reparto de leña formaba parte de lo cotidiano, de los usos y costumbres más arraigados , y siempre, en todo barrio, en toda pandilla, en todo patio, en todos los recreativos, estaban los pegones y los pegados. A los adolescentes de aquella época tan rancia nos encantaba ir de duros y hacernos daño continuamente. Eramos a la vez crueles y frágiles, y el miedo lo abusón de la sociedad en que vivíamos lo impregnaba todo a guantazo limpio
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