jueves, 26 de agosto de 2010

CADÁVERES EXQUISITOS (Y VOLVER, VOLVER, VOLVER...)

CADÁVERES EXQUISITOS

Entre el encuentro con uno y otro cadáver exquisito han pasado 21 años. Cayó un muro sobre el mundo, y sobre mí una muralla de escepticismo, muchas canas, algunas arrugas y unas cuantas heridas y costurones en el cuerpo y en el alma. Cambia la latitud, difiere el clima, es distinta la raza e incluso el color de los uniformes de los dos jóvenes soldados. Uno de ellos, en Moscú, año 1989, me conminó con sus gestos a que subiese la cremallera del chubasquero en señal de respeto al difunto. El otro, en Hanoi, año 2010, cree indecoroso que pase con las manos en la espalda ante el cuerpo embalsamado de Ho Chin Minh, el hombre que derrotó a franceses y norteamericanos y unió el Norte y el Sur en un solo país que cabalga en moto por los senderos de la historia y sigue luchando, ahora por otra clase de supervivencia. Sólo me queda obedecer, mientras inevitablemente, como en Moscú, pienso en las madres de estos dos grandes del pensamiento, la palabra y la obra a los que no dejan descansar en paz tantos años después. Me pregunto qué sentirían al contemplarlos dentro de una vitrina, en un mausoleo por el que desfilan cada día cientos y cientos de personas, nacionales y foráneos, generalmente alucinados ante esta cita con el pasado embalsamado.

No hace falta ser comunista, ni haberlo sido nunca, para admitir la dimensión y el peso universal de dos personajes como Vladimir Ilich Lenin y el bueno de Ho Chi Minh, con mucho en común pero tan distintos incluso en su representación icónica. Al líder vietnamita lo esculpen en su semblanza más próxima de Tío Ho, Bac Ho, enseñando a leer a una niña en su regazo, rodeado de campesinos, acompañando al pueblo en su liberación y su lucha contra el colonialismo y el imperialismo. En las estatuas de Lenin, las que quedan, el soviético suele exhibir un gesto duro y retador, una mueca de jugador incendiario que lanza su órdago al siglo XX. Sin embargo, en los respectivos y monumentales mausoleos sus cuerpos se conservan con un semblante sereno de líderes del pueblo, que sin duda es fruto de muchas horas de trabajo de hábiles y adoctrinados taxidermistas. ¿Iconografía revolucionaria? Bajo la ropa que les viste y la mansión que habitan, los órganos que daban vida a sus emociones, pasiones e ideas, su corazón y su cerebro, sus entrañas, los músculos que articulaban sus extremidades, han sido sustituidos por materiales tan poco nobles como la paja, tras esa condena a la condición de iconos condenados, a no ser polvo que en polvo se convertirá. Se antojan dioses laicos e incorruptos de la agitación y propaganda.

Pero no hay lugar para ofrendar incienso ni velas, nadie reza, nadie llora y nadie osa señalar con el dedo. En Moscú 1989 la tumba de Lenin, tan céntricamente situada en la Plaza Roja, era visita obligada que los guías se cuidaban muy mucho de evitar incluso a pocos meses de que el tinglado de la URSS se viniese abajo. En 2010, en ese Vietnam con modelo socialista y economía de libre mercado donde algunos generales circulan en Lexus todoterreno, donde la homosexualidad es parte del mal que camina junto al bien, como el ying y el yang, donde se fusila por 250 gramos de droga y los niños mendicantes comparten una misma e implorante voz, existe al menos, para los no curiosos, para los indolentes, para los que rehúyen este balcón a la historia, la posibilidad de renunciar a ese encuentro en fila india con tan exquisito cadáver embalsamada.

JR GARCÍA BERTOLIN.

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