domingo, 19 de septiembre de 2010

MI VIDA EN SU MOCHILA

MI VIDA EN SU MOCHILA

Dejé Teruel en 1974, cuando Labordeta ya no componía allí las canciones de “Cantar y callar”, ni impartía su magisterio en el instituto Ibáñez Martín. Me fui con rabia, espolsando las sandalias, como san Vicente Ferrer, mientras en mi cabeza “Mediterráneo” guiaba mis pasos hacia la estación de trenes para partir (Todos repiten lo mismo cuando dicen que se marchan: con cuatro granos de trigo se alimentaban...). Sin embargo, lejos de casa, de la patria de mi infancia triste, fue “Aragón” la canción que me reconcilió desde la nostalgia con lo dejado atrás: Polvo, niebla, viento y sol, y donde hay agua, una huerta. Al norte, los Pirineos: esta tierra es Aragón. Fue en la distancia cuando mi vida se vistió de Labordetamania durante unos cuantos años, cuando sus canciones se colaron en mis adentros de forma extraordinaria e indeleble para expresar mejor que yo lo que sentía. ¡Es increíble! Ahora que paso de los cincuenta soy incapaz de aprenderme una puta letra, pero las de José Antonio Labordeta siguen todas ahí. El no lo sabe, o sí, porque se lo dije cuando tuve ocasión de entrevistarlo para Cartelera Turia: Llevas mi vida en tu mochila, esa con la que recorres los pueblos y hablas con los abuelos junto al lavadero o la fuente de la plaza. No he podido olvidar ni una sola de las letras que aprendí y canté tantas veces, y ahora, al enterarme de su muerte, rebrotan en mí como la juventud añorada y siento a plomo el peso de la pérdida de un hombre excepcional que con su voz de raíces, recia y bien timbrada, supo proyectar Aragón al mundo.
Mientras escribo en el día de su muerte, en la pantalla del televisor se proyectan a todo el mundo, que es mucho más que el mundo motero, las imágenes del primer Gran Premio de Alcañiz, de ese pueblecico grande del Bajo Aragón adonde tantas veces le llevó a Labordeta su itinerario de cantautor, después viajero incansable por las tierras de España. La televisión enseña estos días al mundo un trozo de ese Teruel donde fue destinado después de aprobar sus oposiciones de profesor de historia y cualquier otra asignatura que tuvo que impartir en aquellos años de más hierro moral que el mineral que se extraía de las minas de Ojos Negros para llevarlo a Sagunto (Canta, compañero, canta/ que aquí hay mucho que cantar/; que este silencio de hierro /ya no se puede aguantar..); donde fue colega de docencia de Eloy Fernández Clemente, fundador de la revista Andalán, al que debo el ser periodista, y del valenciano José Sánchis Sinisterra, que ganó allí el Premio Arniches de Teatro que auguraba una gran carrera al autor de “Ay ,Carmela”. Entre sus alumnos ilustres tuvo al cantautor Joaquín Carbonell y a Federico Jiménez Losantos, que entonces no era facha y ni siquiera se había hecho todavía prochino (Rosa, rosae/, y también el valor de pi/y el recuerdo final por los muertos/de la última guerra civil/Asi, así, así, crecí). Allá donde esté, seguro que a Labordeta le gusta que Teruel exista también a través del ruido de las motos.
Los políticos, que son lentos como paquidermos, hace poco le concedieron un premio importante. Si no se dan prisa no llegan. Él fue un político diferente, por lo lúcido, por lo divertido, por su sorna avalada en la condición de poeta, cantor, escritor, profesor, presentador de televisión, de hombre capaz de componer canciones que se convertían en himnos en el aprecio, los sentimientos y las aspiraciones de la gente, como “Canto a la libertad”: Habrá un día en que todos, al levantar la vista, veremos una tierra que ponga libertad. Nunca olvidaré los conciertos de Labordeta en Barcelona durante mi etapa universitaria. Allí nos encontrábamos unos cientos de aragoneses en el exilio dispuestos a cantar, a cogernos de las manos, a levantar corazones y puños, a ponernos como motos de añoranza, a sentirnos más que nunca parte arrancada de esa tierra dura. Recuerdo una vez que el calentón alcanzó tal grado que, al salir del Centro Aragonés de Barcelona, en la calle Joaquín Costa, fuimos en manifestación al grito ácrata y lúdico de “¡Aragón tiene sed y nosotros también!”, para disolvernos pacíficamente, y entre copas, en los tugurios más crápulas de las Ramblas. Eran más que conciertos; eran misas, liturgias donde Labordeta se convertía en el sumo sacerdote y hacía con nosotros lo que quería; celebraciones donde encontrábamos a la gente de nuestro pueblo, a aquella chica que amamos a los 16 y nunca nos hizo caso, hasta esa noche.
Combato esta tristeza con otros recuerdos divertidos: el de aquel primer piso de Camp de l’Arpa, donde Andoni, Jesús y Robert, se apostaban en la puerta de la habitación en que me había encerrado con Angels y una perola de flan con media docena de huevos, y me cantaban los cabrones-¿cómo no?-una canción de Labordeta: “A varear la oliva, no van los amos…”.- Unos cuantos años después recurrí reiteradamente a una hermosa “Canción de cuna sobre la tierra estéril”, para intentar dormir a mis hijos, Adrià y Andrea: “Quisiera cobijarte en una cuna /cubierta de abalorios/lluvias y lunas”.
¡Cuántas cosas han pasado!, querido profesor, desde que compusiste “Los leñeros” inspirándote en el puente que hay al lado de la casa y el barrio de mi niñez. Descansa en paz, lúcido, sarcástico, amigo José Antonio. Ojalá nos volvamos a ver en algún sitio del universo, donde abriré tu mochila para mirar mi vida entre todas tus hermosas y grandes canciones.
JR GARCIA BERTOLIN

1 comentario:

  1. José Ramón:
    Con seguridad que os volvereis a encontrar, que menos.
    Bueno, muy bueno

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