viernes, 1 de junio de 2012

LA EUROPA DE LA HORTERADA





Aunque fue sólo un día después, hay que desmentir que el Festival de Eurovisión forme parte de la celebración del “Día del orgullo Friki”. El frikismo – avant la leerte, incluso- forma parte desde hace mucho tiempo de la esencia de esta competición continental de gorgoritos y estéticas desaforadas, de este despliegue chicos y chicas- algunos de muy buen ver- en pos de la fama, que suele concluir, llegada la hora de votar, en demostraciones de buena vecindad y amistades geoestratégicas, en querencias que pasan olímpicamente de la calidad interpretativa. Muchos de los participantes de esta última edición, como la sueca Loreen, ganadora, como las abuelas rusas, como los gemelos irlandeses, como el marinero turco, como las buenísimas representantes de Grecia y Chipre, como los representantes rumanos que cantaban en afrocubano, reúnen méritos suficientes para hacer las delicias del sector menos apocalíptico y mas integrado- en añeja terminología de Umberto Eco, del mundo Frisi, sin llegar a extremos como el de Chikilicuatre, en el que se veía, y de ahí su fracaso rotundo, la larga sombra de la impostura.



El Festival representa la cara más orquestada de la Europa de la horterada. Su funcionamiento, sus pulsiones, su estética, sirven para constatar la convicción de que el viejo continente va por muy mal camino, aunque la canción ganadora, que Loreen cantó descalza, de puntillas, despeinada, oculta bajo su flequillo, llevase por título “Euphoria”, en referencia a un estado de cosas justamente contrario del que atraviesa un continente donde más de la mitad de los países participantes ni siquiera existían cuando Massiel ganó con La la la. Ahora hay más derroche de luces, coreografías y piernas, más despliegue de medios, más uniformidad, más mimetismo musical, más Lady Gaga y Madona, más cantantes dispuestos a renunciar a su lengua y sus raíces.



Pero veámosle el lado bueno, o los lados, y alegrémonos de que Pastora Soler no quedase entre las últimas, de que Portugal nos siga dando el premio gordo de los doce puntos, de que parte de los 6’5 millones de espectadores que tuvo la gala ahora sepan, hasta que se les olvide, que la capital de Azerbaiyán, país que tendrían dificultades para ubicar en el mapa, se llama Bakú (ciudad golpeada por el viento) nombre que suena a personaje simplón de dibujos animados, pero que es la capital de un estado que ha intentado, y en cierto modo ha logrado, pegárnosla con el festival de marras, venderse desde el atractivo estético de los videos turísticos entre canción y canción, desde su cuidada organización del festival, hasta el punto de que alguna cadena de televisión ha tenido que salir al paso para recordarnos que allí la represión convive en imperfecta armonía con la desigualdad social , la miseria y el injusto reparto de la riqueza generada por el petróleo. Por eso al año que viene, le toca a Suecia, donde el que parte y reparte no se lleva tan parte. Bakú, Bakú, ¿dónde te has metido?

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