miércoles, 7 de marzo de 2012

ARTISTAS CON TOGA

ARTISTAS CON TOGA

Ninguno de los tertulianos del programa radiofónico con el que me desayuno todos los días ha visto “The Artist”, la película ganadora, muda y en blanco y negro, con lo cual el debate sobre los Oscar es imposible, empieza y acaba en tres segundos. Parece que ni los periodistas pontificantes, ni los políticos con cargo y ni siquiera los jueces de postín tienen costumbre de ir al cine. Malo. Obligado cambio de tercio al terreno judicial, que no deja de ser un peliculón constante donde ese fin de semana hubo sesión doble de “El Duque y el Juez”, que aparentaban saberse de memoria y sin salirse de un guión políticamente correcto que incluía críticas al vitoreado juez Castro por, presuntamente, haberle dicho al otro capo de Nóos que para declarar eso, y con tantas evasivas, era “mejor que no hubiera venido”. A los tertulianos de los medios de la derecha mediática les parece improcedente, o acaso de poco gusto, que un juez que se toma muy en serio su trabajo se mosquee cuando un miembro repudiado, pero menos, por la Casa Real, le hace perder el tiempo. Jordi Évole, oportunísimo, había planteado horas antes en su “Salvados” una de las preguntas del millón que más se hacen los españoles después de tantas vergonzantes absoluciones ¿Todos somos iguales ante la ley?, ¿La justicia es igual para todos?, como aseguró el Real suegro del imputado en su mensaje navideño. Puede que piensen así él y los “Siete del Supremo” que han acabado con Garzón, mientras desde fuera y desde dentro se reconoce que existen mil maneras, trucos, birlibirloques legales, para evitar que la justicia sea igual para todos, para que sea mucho más fácil que condenen al que roba una panadería, que a un alto consejero del Banco del Santander o a ese ilustre catalán, Félix Millet, que se ha llevado 30 millones del Palau de la Música, que ha saqueado una institución catalana hasta el punto de celebrar en ella y con cargo a ella las bodas de sus hijos, después de haber acometido las necesarias reformas por cuenta ajena.

Jordi Évole se muerde las uñas, se tira de los pelos de su incipiente barba y repite ¡joder¡ y ¡hostia! mientras escucha a Josep María Pijuan, el juez del Caso Millet, que no dudará en afirmar que para él, con sus 30 años de ejercicio de justicia democrática y justa, lo de Camps, cuyo nombre no se pronuncia, es un caso de cohecho pasivo. Antes de pasar a su siguiente y excelente interlocutor, José María Mena, Ex Fiscal Jefe de Catalunya, al que ETA quiso matar, el antiguo “Follonero”, hoy dedicado a disfrazar de ingenuidad sus lúcidas entrevistas en zapatillas, se detiene en un personaje secundario – para acabar con cine- del mundo judicial: el toguero, encargado de cuidar las togas en el Palacio de Justicia. Évole se acerca una a la nariz y asegura que huele que apesta. Debe sentir en ese momento lo mismo que millones de Españoles después de ver lo de Fabra, Camps, Garzón, Millet, Sáenz... Mena, ya jubilado, habla del sometimiento del poder judicial a un quinto poder fáctico y financiero, de la tentación togada de quedar bien, de no molestar a una fuerza tan poderosa que acrecienta la convicción popular de que la justicia distingue y tiene algo de puta vendida al mejar postor. "The Artist” con toga

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